El crítico debe conectarse con la propuesta que se desarrolla ante sus ojos, aunque no se identifique con su estética, los intérpretes ni el tema, es decir, debe interpretar lo que su director desea trasmitir para apreciar si el procedimiento le fue favorable o no; meterse en la piel de su director para responder desde adentro, como si fuese un participante más del espectáculo. Así, el lector de su crítica, percibirá que comenta no porque la vio, sino porque la conoce. De ese conociendo íntimo proviene su autoridad. Su credibilidad. Incluso, ese conocimiento íntimo favorecerá la tolerancia, en caso de desacuerdo. Cuando ocurre lo contrario y el crítico parte desde sí mismo, desde su formación; su crítica se puede percibir brillante, pero ajena, incapaz de lograr la empatía del lector. Es como si quisiera ajustar la creación a su cosmovisión personal.
Todo creador de cierta experiencia sabe que al final de la función siempre se acerca gente a dar elogios inmerecidos, que sobrevaloran la obra porque su capacidad de percepción no les permite ver otras realidades que subyacen en la creación. Habrá quienes se sientan complacidos ante la inocencia de esos fieles seguidores. Para mí, dar las gracias o un silencio como respuesta, acaso sea lo más justo para no estimularlas. ¿Y si tienen razón y somos nosotros quienes pecamos de autodestructivos? Cada obra requiere una atención particular y la subjetividad, tanto de la crítica como de la creación convierte este asunto en un fenómeno complejo. Una excelente crítica puede provenir de alguien sin formación académica y ni siquiera habituado a ver espectáculos. El manual de los expertos tiene muchos borrones...
Cada artista debe tener el valor de admitir a lo largo de su carrera cuáles son sus hijos bastardos. Me he equivocado con la misma fe que acierto. Como en mí conviven –no sin cierto conflicto- el creador y el crítico, antes de que alguien me dé su opinión sobre mi trabajo, sé con anticipación que dirá. Algo que confirmo después: su cuerpo opina primero. En ese proceso de escuchar las opiniones he soportado con estoicismo el comentario evasivo, el elogio hipócrita, la verdad sin tacto; cuando se cohíben de opinar por temor a ofender. (Según este grupo, la verdad ofende). De modo que, si realmente deseas enterarte de esa verdad que te hará crecer, tendrás que interpretar ese sutil lenguaje de miradas a tu alrededor y guardarte la impresión como si la ignoraras. En esa simulación no pocos caen en el cinismo.
La relación entre crítico y artista tiende a ser difícil, porque parecen perseguir objetivos contrarios y no es así. Parece que mientras uno crea, el otro se complace en destruir, de ahí que el reproche favorito al crítico sea que es crítico porque está imposibilitado de crear. Una mentira de consolación. Critico y creador pueden convivir sin mayores problemas, en la literatura y las artes plásticas abundan los ejemplos.
El crítico juzga, ante todo, un resultado. En el breve espacio de unas cuartillas debe mostrar su preocupación por el tingadlo que esta detrás del espectáculo que explica una serie de entuertos cuya razones quedarían oscurecidas sin esa información. Ahora bien, que después de tanto sacrifico, meses de ensayos, búsqueda de elenco y apoyo económico, en un país subdesarrollado como el nuestro, venga un “crítico de pacotilla” a desmontarlo todo con unas cuantas frases lapidarias...
El delicioso bocadillo de los colegas
A mi correo llegó una crítica muy dura sobre un espectáculo del cual me siento satisfecho. Trae el mal sabor de las malas noticias. La dejé “reposar” unos días para no dejarme arrastrar por las emociones. Días después la leí con calma, la imprimí, la compartí con dos personas más. No es elegante contestar una crítica, a menos que la intención sea tener un diálogo con el crítico o simplemente agradecer el gesto. Cuando las razones del colega no coinciden con los mías no significa que su autor es nuestro intimo enemigo. No necesariamente significa que él o ella no nos entendieron. Esa crítica también nace de manera inevitable de los compañeros de trabajo con la diferencia de que la tolerancia es mayor gracias a la cercanía. A veces no, cuando esa cercanía se entiende como complicidad o apoyo incondicional (acrítico) y la crítica se asume como traición a esa complicidad. La desaprobación duele y ese dolor suele reciclarse de distintas maneras: orgullo, vanidad, hipocresía, necesidad.
¿Es posible encontrar una verdad intermedia entre ese colega que critica mi espectáculo y el creador? Talvez si salgo en esa búsqueda, esa verdad intermedia desaparezca. Así como no puedes atraparlo todo en el papel, existen realidades superiores a su creador. A veces huyendo del resentimiento se apodera de nosotros una falsa modestia. Ser honesto con uno mismo no es tarea fácil y la razón de esta discusión esta ahí.
Por experiencia sé que quien escribe una crítica se distancia de aquel que solo la expresa en una conversación informal. Es un acto de responsabilidad publicar lo que piensas, porque estás dispuesto a defenderlo públicamente. El comentario informal corre el riesgo de derivar en chisme y cuando no lo es, pocos dan la cara. El lado bueno de esos comentaros informales es que son espontáneos, nacen al calor de las presentaciones artísticas, son vehículos de un pensamiento virgen, poco elaborado. Por eso se mezcla con prejuicios e ideas preconcebidas y como no hay censura sino contradicción entre amigos que comparten una copa, nadie se siente culpable de expresarse con entera libertad.
Si el chisme no fuera un bocadillo tan delicioso no encontraría tantos comensales, cuándo se sabe correr el riesgo de que una opinión pudiera multiplicarse enriquecida por un sinnúmero de versiones aproximadas… alguien dijo, pero se ignora quién. El valor para decir ciertas verdades se acrecienta en el anonimato.
Encontrarse una noche en ese restaurant o café, entre amigos, conocidos y hasta agregados casuales, te lleva a medir qué decir, qué callar, porque la tentación de decirlo todo te provoca escozor. ¡Quien no ha sentido esa confianza instantánea que revolotea alrededor del chisme?; ¡el estar ahí justo en el momento en que el chisme burbujea y hace erupción y los oídos se aguzan para no perder detalles y las ojos evitan pestañear mientras aguantamos una sonrisa irónica!… y por supuesto, chismear no significa que seas chismoso. Es curioso comprobar que bajo la mirada maliciosa del chisme se escuchen verdades audaces condicionadas por la confidencialidad.
Con sus comentarios, los compañeros otorgan ese reconocimiento deseado, una tarjeta de bienvenida al “selecto grupo de los que son”. Ese reconocimiento, por su carácter más íntimo, su procedencia, tiene un sabor distinto al que otorga la prensa. Sin embargo, si existe una lucha dura de librar entre colegas, es superar el reconocimiento por cortesía, esa sutil hipocresía que engulle a sus víctimas por placer, no por hambre. Es decir, puedes lograr un reconocimiento “oficial” y no gozar del aprecio real de tus compañeros.
Asumir la crítica implica un momento de poder cuando eres escuchado, cuando eres el centro de atención en un círculo de amigos, que aumenta cuando te diriges a la multitud micrófono en mano y se multiplica cuando escribes para un diario con una tirada de miles de ejemplares. Si gozas de credibilidad la gente termina aceptando el tirón de orejas, por miedo a quedar fuera del ojo crítico. Así empieza una relación de amor/odio, pero, si te inicias en el oficio, espera la reacción. El enojo no siempre será consecuencia de los contenidos sino, por la publicidad. Otra razón no confesada para desahogarse en el chisme.
¿Quienes escriben?
Escribe el periodista, cuyas notas oscilan entre el comentarista de farándula, las notas sociales, el análisis de la realidad política y las banalidades. Cuando por razones relacionadas con la importancia del periódico donde trabaja valora dónde, quién y la publicidad del evento para medir su importancia y asistir, entiende que un comentario otorga fama instantánea, aun sea negativa, por lo que tiende a discriminar quien merece su atención.
Escribe el intelectual de manera más rigurosa o académica. Su preparación no garantiza un trato justo, sobre todo cuando muchos de ellos no están vinculados con la actividad y la observan desde cierta fría distancia. Y escribe ese que sale de la práctica, del salón de danza o teatro y conoce el asunto desde adentro. Saber más sobre la intimidad del artista no siempre es ventaja, si el grupo de pertenencia lo asume como “uno de los suyos”, es decir, lo creen moralmente comprometido. Ahí esta la semilla del conflicto. La realidad es que cualquiera de ellos puede vivir de la mentira si el precio es tentador. Mentir para complacer a su grupo.
¿Quién tiene la razón?
Aunque pueda parecer extraño, admiro a aquel/lla coreógrafo/a cuyo espectáculo reduje a cenizas, porque demuestra la fe en su propuesta (también demuestra una tozudez olímpica…). Continuar con el espectáculo “sin preocuparse” de la reacciones del crítico o del publico es una manera de responder a uno y otro. De todas las reacciones ante una crítica el silencio quizás sea la más contundente, acaso porque se parece a la indiferencia. Alguien me enseñó que la indiferencia –irónicamente- debe mostrarse, ¿de qué sirve si no cumple su cometido? Debo aclarar que el silencio ante ciertas críticas desfavorables puede doler en ese contexto nada más. Aquí lo que importa es no equivocarse. ¿Admitir que ese cabrón tiene razón significa empezarlo todo otra vez? Si admitirlo es duro, imagine realizarlo.
Cometer errores en una presentación y no tener el valor de reconocerlos públicamente o en la intimidad por lo menos, se puede pagar a mediano plazo con intereses. Con seguridad me he equivocado sabiendo que al crítico no se le permiten errores; para él habrá menos tolerancia que para el creador. (¿Si?...). De hecho, no es habitual que regrese para escribir: “lo siento”. Y el creador, ¿lo hace?
La relación entre el periodista farandulero y el artista suele ser hipócrita. Deseas difundir tu trabajo acompañándolo de unas cuantas notas positivas para generar asistencia al espectáculo y luego deseas “buena crítica” al finalizar. Sea para conseguir otras presentaciones, colocar la información en una carpeta para participar en algún festival o acumular puntos para ese premio. El asunto nada dice de la calidad del evento, solo es promoción, pero ambas cosas se confunden ya en la nota de prensa. El periodista farandulero aunque solo maneja nociones básicas de danza y el teatro, posee el medio adecuado para influir sobre mucha gente; lo odiamos cuando su comentario es desfavorable, lo amamos cuando nos favorece. Es decir, los artistas se benefician de la ignorancia de la cual también se quejan. Si, admitámoslo, ganar reconocimiento ocultando nuestras miserias usando esos atajos siempre disponibles es una tentación ante tantas carencias.
Solo la experiencia revela al crítico que un resultado no siempre es un indicador fiel del proceso, que esa función tendrá variantes en las días siguientes y que a esto se añade lugar, elenco, fecha, tipo de público, y un sinnúmero de detalles.
Hacer una crítica es montar una obra paralela, sujeta a ciertas condiciones también.
Sé también que el crítico, cuando se vincula con el poder, a veces se convierte en cortesano. De manera sutil puedes seguir esa crítica que explica el proceso, pero evade abordar los valores, las calidades; está el otro, que, anclado en la historia, se cubre de citas para llenar el espacio de la página. Las palabras desnudan y sirven para escondernos también. El crítico funge de diplomático y los artistas mediocres se sienten bien pagados por ellos. ¿Indignados ante esa injusticia? ¿Entonces por qué tanta rabieta de chico malcriado cuando ese crítico busca honestamente realizar su trabajo? Con la misma indignación alguien podría responder: porque hay obras que se adelantan a la crítica que debería interpretarlas…