CODEC
De entrada, me complace la manera cómo se acercan a la danza este pequeño grupo de jóvenes que incursionan en la coreografía, conformados por Patricia Ortega, Daymé del Toro, Evelyn Tejeda y Rafael Morla. Grupo del cual necesariamente hay que separar a Maricarmen Rodríguez por tratarse de una creadora experimentada y quien fuera miembro del Colectivo de Coreógrafos Contemporáneos.
Aunque en el programa de mano Marianela Boán afirma que se trata de “cuatro estrenos y una reposición”, refiriéndose a Rosita Pérez de Patricia Ortega; en rigor, estrenos solo son tres, ya que La fragilidad del pavimento se presentó en el 2012 en Casa de Teatro, en una actividad también coordinada por la Boán.
La pieza de Maricarmen, es la misma presentada anteriormente en Casa de Teatro... en ese entonces se presentó como trabajo en proceso, como fragmento de un proyecto, el cual es un espectáculo completo de la coreógrafa de por lo menos una hora y en esta ocasión estuvimos viendo el mismo trabajo con una excepción de algunos cambios en los interpretes.
Por otro lado, para la reposición de Rosita Pérez, Patricia Ortega extiende la música de 6:00 a 9:00 minutos, sin embargo, el cambio principal fue el de una intérprete a tres, entre las cuales se encontraba Doraysa de Peña. Con esa versión para tres Patricia Ortega no buscaba realizar algo distinto a la pieza original, sin embargo, admite que la colaboración de las interpretes le proporcionó otros puntos de vista.
Ahora bien, ¿con que objetivo comparto estos diálogos con el lector de este comentario? Porque explican muy bien –a veces mejor- el cómo operan esos procesos accidentados del coreógrafo dominicano, en una batalla contra el tiempo y el espacio, que sirven para desmontar y visualizar el cuadro completo. También obliga a realizar un acercamiento más honesto y humano ante el sacrificio de haber logrado, al menos, la presentación, dejando para otra ocasión la plena realización de la obra.
Por eso, es grato reconocer ese punto de mira en que se han colocado estos jóvenes coreógrafos cuando posan su atención sobre la codificación y la descodificación, esa relación entre creador y público, escritor y lector. Están viendo la realidad dominicana desde “lo macro” cuando colocan el dedo índice sobre un montón de ropas usadas, en medio del ruido infernal de la intersección de las calles Duarte con París, sobre el uso del objeto cotidiano y sobre la imagen. esta es tercera temporada de PRODANCO con los nuevos creadores de la danza. Y algo interesante empieza gestarse, están creciendo. En honor a esa voluntad de reflexión expresada de distintas formas por los involucrados, es justo consignar también que todo cambio implica crisis y que el cambio mismo nos enseña el cómo y cuando cambiar, aclarando de paso, el porqué-. Porque toda estrategia discursiva tiene sus riesgos y virtudes.
Así, la virtud de Rosita Pérez se sustenta en una intérprete única, dotada de ese gracejo popular, hija del barrio marginal, bailadora, algo obscena, ingeniosa, impulsiva, locuaz, rebelde…tan desbordante de vitalidad que la sola mención de su nombre y apellido denuncian su perfil social y a la vez su carácter anónimo de sujeto masificado, ya que Pérez es cualquiera y es ninguno en nuestro contexto cultural; es decir, ese sujeto cuya vida y muerte pasará como la caída de una hoja.
La coreógrafa, al dotarla de cuerpo y movimiento la reivindica y aquí reside el valor de la obra de Patricia Ortega. Sin embargo, todo lo expresado hasta el momento se apoya en lo que sugiere, no en lo realizado. La Rosita Pérez que vimos traiciona ese carácter único interpretada por tres bailarinas, parte de una anécdota: las reacciones de la gente -esa gente del barrio tan directa e instintiva ante el pajón, (es decir, cuando la mujer no se peina), los rolos en la cabeza, de ahí que esos rolos se conviertan en detonador del movimiento en algún momento y en momentos previos, en condición dada para lo que se avecina: confrontar esos prejuicios en torno al peinado, lanzándolos por el todo el escenario.
Por eso Rosita Pérez es un filón dramático que desborda los límites que le impuso su creadora, habla de una condición social, es heroína/anti heroína de melodrama superando con creces ese punto de partida anecdótico del pajón y sus prejuicios. La voz de Rosita Pérez grita desde el subconsciente de su autora para decirle que retorne a una sola intérprete como Doraysa de Peña o la misma Patricia Ortega.
La cuestión de Codec, está entre lo enunciado y la enunciación, el código y la codificación. Enfoca el acto creador como un ejercicio de autocrítica. Un autoexámen que debe reflejar procesos interiores ajenos al gusto imperante, que valoro lo distinto desde su singularidad, es decir, el intérprete visto desde su condición de individuo creador diferente y tomando distancia de la censura previa. Sin embargo, hay realidades, son jóvenes, encontraron algo que decir, ciertas facilidades para lograrlo y se enfrentaron a las mismas limitaciones que impone el país a los artistas de la escena. La temática es tan rica que desborda lo planteado en las piezas coreográficas. Rafael Morla en D. C. O habla del hambre, del egoísmo como consecuencia de ello, esa vieja lucha tribal cuando el tema se impone desde la cultura de la pobreza, evitando así que el pan resulte ilustrativo.
Mejor suerte corre Daymé del Toro con Horma no solo por el uso acertado del espacio, (superposición de planos) sino porque su discurso, esta vez, logra la coherencia entre la manipulación del objeto y el discurso del intérprete, es decir, confluyen, no entra en conflicto. En esta pieza el objetivo de la curadora del espectáculo, Marianela Boán se cumple en cierta medida gracias a la colaboración de los intérpretes de Horma bajo la dirección de Daymé del Toro.
La fragilidad del pavimento de Maricarmen Rodríguez constituye otro filón creativo que debe alcanzar el nivel de espectáculo independiente. De hecho, presentarlo en este contexto resulta ser una experiencia forzosa, reduce sus virtudes para encajarlo en un espacio que mas buen no le favorece.
Más allá del discurso textual de Marianela Boán, existe otra lectura para esos objetos pretendidamente manipulados donde el pan, las fundas y esas ropas amontonadas que denuncian con mayor elocuencia esa intención, que trae a la memoria la intersección de la Duarte con París, el ruido de la venta callejera, el trasiego urbano, que nos enseña que, detrás de la imagen, la metáfora o el símil, existe un ser humano y porque.
Finalmente, comparemos esas palabras de Maricarmen Rodríguez, Patricia Ortega y las de Marianela Boán cuando se expresa de las distintas coreografías de Codec en la prensa y pongámosla en balance y dígame usted hacia donde se inclina la aguja que señala la verdad escénica.
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